Vacaciones y estrés: por qué desconectar no siempre es tan fácil

El ventilador que tarda en parar

Llegó a la playa con la idea de “desconectar”. Se tumbó en la toalla, cerró los ojos… y su cabeza siguió girando: listas, plazos, mensajes.

Cuanto más se repetía “tengo que relajarme”, más ruido hacía por dentro.

Esa tarde entró en una tienda de barrio. Sobre el mostrador había un ventilador encendido. El dependiente lo apagó y las aspas continuaron dando vueltas.

—No está roto —dijo—. Solo necesita unos segundos para que la inercia pierda fuerza.

La frase se le quedó pegada. Entendió que su mente venía de meses de alerta, como ese ventilador. Si lo apagas, no se detiene de golpe.

Decidió probar otra cosa:

primer día sin planes, solo caminar despacio;

ratos de móvil en silencio, lejos de la toalla;

prestar atención al sonido de las olas, al sabor del helado, a su respiración.

No fue mágico. Pero cada tarde las aspas internas giraban un poco menos.

Al cuarto día, el ruido se volvió brisa. Y entonces sí: las vacaciones empezaron de verdad.

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La mochilera de las piedras